Posteado por: joseandresgallego | 07/02/2018

«Qué es un ángel»

Me gustaría darles a conocer el libro que acabo de publicar en «Y Ediciones»: «Qué es un ángel (según el judaísmo targúmico)», Madrid, Y Ediciones. ¿Cómo puedo hacerlo? Saludos, José Andrés-Gallego Leer más…

Posteado por: joseandresgallego | 13/06/2015

El panaderito, segun María

Te tengo que pasar un recuerdo de la guerra civil, en la Universidad de Madrid, de una bondad sutilísima. Ya verás: todos los días, un soldadito nacional sale del mismo agujerillo con un saco de pan al hombro, a repartir entre los suyos. Un día iba más despistadillo y el despiste era fácil causa de muerte porque se tenían medidas, por ambas partes, todas las esquinitas, ángulos, cambios de rasantes, etc. Recordemos que aquella, una guerra de «tiro al pichón», pero de mucho mucho infarto… Bueno, pues lo estaban viendo todos venir, pero era peor alertarle, así que, en una de esas ¡pumba! tumban de un tiro al muchacho. Triste estampa de una muerte tonta. Como tantas.
Sale el pater a ver qué puede hacer con el chaval, y sale tan… contrariado? que también descuida, pero ahora conscientemente, como protesta a la suerte nefasta, ser protegido antes por los suyos o, sencillamente esperar otro momento,.. o arrastrarse, lo que fuera…
No, va también a cuerpo descubierto, como iba el propio «panaderito». En las memorias no se cuenta que cuelga de su cuello una aparatosa cruz, por cierto bien fea. Se ve en todas sus fotografías… Lo atiende en un hilo de vida. Salen los camilleros tambien envalentonados por la tristeza, tan solo escondidos en el gesto-reflejo de agachar la cabecilla, como los niños -si no miramos, la realidad de enfrente desaparece fijo!-. No hay tiros,.. cuando han pasado pocos minutos del tiro franco. Pueden volver sin miedo a su zona, con «el abatido» consigo. El pater hace un leve gesto de gratitud antes de desaparecer.
Eh! Eh! ¿Te gusta o no te gusta???? Recuérdame que te diga dónde y cuándo he leído esto… Bss, (M)
Posteado por: joseandresgallego | 23/04/2014

Contribución a la reunión de Oasis en Milán, junio de 2013

Debo aclarar que Oasis es un Centro ubicado en Venecia que lleva años reuniendo anualmente a cristianos orientales y cristianos occidentales más los muslimes y judíos que se ofrecen a hablarnos. Antes de cada reunión, los organizadores nos envían a los participandes unas «Líneas guía» (las «Linee guide» que cito más abajo, porque son italianos) y que, como no son mías, no puedo reproducir. Ante las Líneas que nos enviaron a principios de 2013, pensé y escribí lo que sigue, como contribución a nuestro encuentro, que tuvo lugar en junio, en Milán.

Durante este año [2012-2013], entre las lecturas que me han impresionado más, destaca desde luego la propuesta de una aproximación dialógica a los trascendentales, tal como nos acaban de descubrir que proponía Jesús Arellano1. Digamos que, por tanto, en los doce meses que median entre la reunión tunecina de Oasis y la de ahora en Milán, me ha llamado la atención una lectura que no sirve para que, en Siria, la gente deje de matarse ni para resolver nada de lo que se plantea en las “linee guide” que nos proponen los organizadores de esta reunión de Milán.

Y, sin embargo, si acepto que es así, debo aceptar también que he equivocado el camino y –lo que importa más- que tengo que apresurarme a rectificarlo. Y, como algo me dice que esa percepción de Arellano es importante para comprender la realidad, voy a ponerla a prueba cotejándolo con las “linee guida” en lo que dan de sí 6.000 battute.

La aproximación “dialógica” de Arellano a los modos trascendentales le lleva a concluir que, ciertamente, todos ellos son “convertibles” –como siempre se ha dicho-, pero sin prioridad que valga a favor de ninguno de ellos (ni siquiera del “ser”). Y eso es fundamental para recuperar la unidad originaria entre existir, amar y conocer. Quizá no es aventurado decir que Laplace –de quien se habla en las “linee guida”- había perdido la conciencia de esa unidad originaria; quizá sea eso lo que late detrás de su conclusión sobre la irrelevancia de Dios para su hipótesis sobre el conocimiento de lo que existe o existía en aquellos momentos. Había renunciado a responder a la pregunta que reiteraba Leibniz –entre otros muchos-: por qué existe lo que existe si podría no existir.
Reformulada para que la asumiera mejor Laplace, podríamos expresarla cómo la búsqueda de la razón por la que existe todo lo que existe y, además, sé que existe. Planteado así, lo irrelevante para Laplace vino a ser eso: averiguar por qué existe lo que sabía que existe. Por ejemplo, yo mismo (y Laplace como el yo-soy que fue y es, ahora en el otro mundo).

Tres siglos después de Leibniz, se diría que no tenemos sino que persistir en su pregunta.
¿En el mundo islámico o en el cristiano? En los dos, claro está: la cuestión es relevante en ambos mundos. Ante el “secularismo” de que se habla en las “linee guida”, procede reiterar la pregunta leibziana a quien asuma la irrelevancia y cabe hacerlo, por ejemplo, de este modo: haciéndole ver que, en tal caso, su propia pervivencia es irrelevante y, por tanto, ha de aceptar la posibilidad de que alguien lo convierta en diana o en conejo de Indias.

Pero también valdría la pena plantear eso mismo en el ámbito del empecinamiento islamista: tal como se plantea, el islamismo parece reducir el amor a Dios a ley moral y, además, coactiva. Equivale a responder que todo lo que existe y podía no existir existe por el amor de Dios, a quien, por tanto, se ha de amar –si hace falta- coactivamente. Es algo así como decir: en efecto, querido Laplace, usted y yo somos irrelevantes; sólo podemos dejar de serlo si amamos a Dios –en acto (esto es: mientras somos acto de amor a Dios)-; por tanto, si llega el caso de que usted o yo dejamos de ser eso exactamente, tampoco podremos quejarnos de que nos conviertan en trofeo de caza.

Nada de eso tiene que ver, desde luego, con la propuesta dialógica de Arellano que me ha impresionado. A él, esa propuesta le llevaba a afirmar que el punto de partida de su reflexión metafísica era, contra lo que creíamos, el de Descartes: “pienso, luego existo” (con tal que el filósofo francés quisiera decir –atención- que el punto de partida -además, absoluto- del conocer es mi propia conciencia de “encontrarme existiendo” -hic et nunc, no mañana ni ayer ni en teoría- y que ése es el futuro de la filosofía primera, que Descartes frustró al dar un paso más y establecer que desconfiaba de cuanto no se le ofreciese como evidente2).

Esa es la razón por la que la propuesta de que hablo es “dialógica”: decir que “pienso, luego existo” es “encontrarme existiendo”, y eso equivale a descubrirme a mí mismo en el propio hecho de existir en acto y, a partir de ahí, puedo sorprenderme de ese encuentro y preguntarme por qué me ocurre eso (que me encuentro existiendo) y volveríamos a la cuestión de Leibniz.

En el fondo, una antropología triádica (un nuevo adiós al dualismo de tradición socrática)
¿A un círculo vicioso, por tanto?

Me parece que no, verán por qué: me tranquiliza leer que, en Arellano, gran parte del enorme entrelazamiento de la aproximación a los trascendentales en conjunto y por separado (bien entendido que toda aproximación a uno de ellos implica, asume y despliega todos los demás, según el filósofo), ese entrelazamiento, digo, se entiende –sin que parezca proponérselo Arellano- por medio de procesos triádicos y no dualistas como en la antropología de matriz aristotélica: Arellano se suma a quienes distinguen entre cuerpo, alma y espíritu; afirma la trivalencia de la escisión interna de los trascendentales; ve tres modalidades en cada modo trascendental: aspecto, actitud, acción; distingue tres momentos noéticos de la intelección del ser de lo ente; habla de tres momentos ontológicos: los de entidad, esencia y ser; distingue el orden, la estructura y el proceso como la triple perspectiva de lo trascendental; se refiere al trialismo de las ciencias categoriales (historia, pegagogía, psicología); resume el máximo modo trascendental en esse, liberatio et amor, que –mire usted por dónde- es justamente aquello en lo que –dice- estriba nuestra semejanza con Dios.

Aquí sí surge una nueva alternativa cara a lo que se plantea en las “linee guida”: ahora podemos preguntarles –simultánea e incluso conjuntamente- a secularistas de matriz cristiana y a islamistas (y a nosotros mismos, claro es) si tenemos conciencia de que somos puro acto existencial (esse) que consiste en liberatio et amor (liberación y amor como acto en que consiste encontrarme existiendo).

Y es probable que, ante esa pregunta, no respondan ya igual unos y otros. Desde el punto de vista del secularismo, se vería probablemente con satisfacción la posibilidad de que uno mismo se conciba como puro acto existencial que consiste en liberación y amor. Habría que advertir, por ello, que una liberación amorosa es “donal” y, si es puro acto existencial, es pura donación, o sea puro acto de darse. Y ser –uno mismo- puro acto de darse son palabras mayores. Basta pensarlo siquiera un momento.
¿Y los islamistas? Ellos remitirían posiblemente al puro acto existencial como liberación en el amor a Dios y –quizá- concluirían que todo lo que no sea eso –o sea puro acto existencial que libera por medio del amor a Dios- es deleznable y, en consecuencia, digno de rechazo (e incluso destrucción o muerte si pone en peligro el acto liberador de amor a Dios a que otros se deban entregar). Equivale a decir que somos puro acto existencial de liberación respecto de aquellos que no aman a Dios. Es decir: nuestro amor a Dios consiste en velar coactivamente para impedir que se dejen notar aquellos que no aman a Dios.
¿Podría ser una buena manera de crear una dinámica comunicativa hipócrita. Habrá que reconocer, eso sí, que la hipocresía de la “apariencia religiosa” no la han inventado los islamistas.

Laplace de nuevo

Al llegar a este punto, ya ha quedado advertido que aquella triple forma de relación trascendental que implica, asume y despliega todos los demás trascendentales a partir de cada uno de ellos no sólo afecta –constitutivamente- al cognoscente y a lo conocido, sino que lo hace de tal modo que se alcanza una dimensión que afecta solidariamente a los dos –a lo conocido y al cognoscente-; solidariamente quiere decir que afecta a ambos en un mismo proceso, totalmente unitario y constitutivo que, en consecuencia, hace que lo conocido (y el cognoscente y la propia relación entre el cognoscente y lo conocido) sea también, digamos, constitutivamente “triádico”3.

Por otro camino, de manera bastante más sencilla (quizá sin la ponderación deseable), lo dejó dicho Edith Stein en 1936, al afirmar que las cosas materiales son trinitarias en el conocimiento (que ellas mismas hacen posible), y eso porque mi conocer es donación que me llena y doy4.

Eso es fabuloso: que mi conocer sea donación que me llena y doy (en lo que, por tanto, me doy, por lo pronto como cognoscente) es, simplemente, sublime; debe ser lo más parecido a imagen de Dios.

Ahora, díganme si Dios es irrelevante para una hipótesis de trabajo científico (cognoscente) que sea donación del propio cognoscente que consiste en llenarme y dar, En último término, lo que eso plantea es el acierto del método científico (y de cualquier método aplicado al conocimiento, incluido el de lo más vulgar o irrelevante).
Hemos llegado a compartir un método “donal” donde los haya: baste decir que entendemos y asumimos los hallazgos de Laplace y que, por tanto, podemos compartir descubrimientos con agnósticos, ateos y todo quisque y no se nos ocurre añadir glosas religiosas en nuestros trabajos científicos ni en nuestras reuniones académicas que puedan convertirlas en meras tenidas proselitistas. No se nos ocurre –por fortuna- proponer un método científico explícitamente –quiero decir verbalmente- “cristiano”. Lo verdaderamente singular es que, a los científicos islamistas –los hay- sí, y a los secularistas, también. (Entiéndaseme: ni éstos ni aquéllos plantean un método científico explícitamente cristiano; lo que plantean es un método científico islámico –unos- y secularista los otros. Exactamente esto último es lo que hizo Laplace.)

Lo que me tengo que preguntar, por tanto, es cuál hubiera sido mi respuesta a Napoleón si me hubiera preguntado qué lugar ocupa Dios en mis hipótesis científicas y en las conclusiones que se siguen de ellas. Y, planteado así, el carácter dialógico de la aproximación de Arellano a los trascendentales me permite concretar aún más y preguntarme en qué sería distinta mi respuesta si la comparase con la de Laplace.
De momento, se me ocurre que, si me descubro como quien se sorprende existiendo, tendré que matizar lo que dije antes y rehacer de nuevo la pregunta de Leibniz; ahora la expresaría así: por qué existe lo que me sorprende existiendo.

Eso permitiría situar la pregunta de Leibniz como un segundo paso: ahora se entendería que, primero, me sorprenda a mí mismo existiendo y, de esa forma, como quien se halla en acto de sorprenderse existiendo, me sorprenda como que existe (en acto) lo que se me da a conocer y –acaso- lo que, de esa manera, conozco, habré de darlo –como conocimiento- sin obviar –no sé aún cómo- su calidad de “algo” que se me ha dado a conocer –me ha sorprendido existiendo (y es así como se me da; en ese consiste, justamente, su modo de dárseme)- y doy de tal manera que va en ello –en el conocimiento que doy- mi calidad de sorprendido existiendo que –ahora- incluye eso otro como aquello que consiste en que se me da y lo doy como algo que sorprendemos existiendo y en lo que quien me entiende y yo mismo nos sorprendemos mutuamente como quienes existen así, hic et nunc.
Es decir: mi comunicación incluye lo conocido y lo cognoscente como aspecto de un mismo acto –el de comunicar- que es, al tiempo, acto de conocer, ser conocido, existir y –atención- coexistir; pero eso implica que el acto de comunicar lo que averiguo no sólo nos supone como coexistentes -a lo conocido y al cognoscente-, sino que constituye el eslabón de una secuencia que traslada la coexistencia al que me escucha, me lee o, sencillamente, me entiende.

La coexistencia y todo lo demás. Porque, así, la pregunta de Leibniz se podría alargar y plantearme por qué doy lo que podría no dar (ese conocimiento concreto) y, al cabo, si la existencia no es coexistencia que “se hace saber” (esto es: se comunica; mejor: es comunicación) y, en tal caso, la identidad entre existir, amar y conocer no implica la de coexistir, convivir y comunicarse, todo como una sola y misma realidad.
Si echo a volar el deseo embridado –y un tanto la intuición-, este otro modo que enlaza al Aquinate con Edith Stein y a ésta con Arellano (lejos de Aquinas ya) acaso nos sitúa en la vía que pudiera llevarnos a lo mejor que propuso Panikkar, cuando decía que hemos de conocer por medio del cuerpo, de la razón y del espíritu para acercarnos a un conocimiento cabal de la realidad –Realidad, con mayúscula, en sus escritos, como en los de Arellano cuando concierne a Dios- porque la Realidad –explicaba Panikkar- consiste en Dios, los hombres y el mundo y no como parcelas separadas, ni siquiera complementarias, sino radicalmente respectivas entre sí, entre las tres, de manera que una no es real sin la otra.
No se me ocurriría decir que no puede ser real sin la otra –andando Dios por medio (y por arriba y por abajo y por todo lo demás)-; digo exclusivamente que no son reales la una sin la otra. Incluso para esto, la distinción de Arellano entre el trascedental ser y el trascendental real es luminosa, sin dar al olvido que es una distinción entre dos modos “convertibles”.

En suma, Dios “se hace” radicalmente respectivo al crear lo no-Dios y, además, nos recuerda –según la Biblia- que es inmutable. Cómo atar esa mosca por el rabo, tiene que ver –quizá- con la advertencia de Arellano de que buscar a Dios como ser, sólo lo puedo pretender en el orden trascendental finito, cuyo ápice consiste en que “soy yo”. Y resulta que el esse de Dios supera totalmente el ser que soy yo; es un más allá ontológico y –también- un más allá metafísico; es –entiendo- meta-metafísico. Por tanto, su propia “lógica” lo es. No en vano hablamos del “yo soy” que es, en sí mismo, el logos que funda toda lógica (y toda palabra; por tanto, incluida la palabra yhwh, un presente progresivo en primera persona que no se puede traducir en nuestra lengua si no es simplificándolo –muchísimo por cierto- en “yo soy”5).

Visto así, arreglar el problema con metralletas es un disparate. Considerarlo irrelevante, otro.

A Panikkar, eso le llevó a una idea de Dios y de la Trinidad que no es de este lugar, pero que nos ayuda a comprender que el reduccionismo que hay en el hecho de concebir la historia como mero progreso biológico homogéneo y lineal (y ciego!) es mayor incluso de lo que se podía pensar6. La Encarnación es, sin duda, el hecho (real) que constituye el reto (en Panikkar, en Arellano y en todos y cada uno de los demás seres humanos); un reto cuya clave no sólo implica que se trata de un “yo soy” (yhwh) que es amor y que, por ello, la máxima aproximación del conocedor que “yo soy” sólo puede ser amorosa, sino que pone en jaque definitivamente el valor de la lógica de tradición aristótelica para entender una dinámica –no sólo la divina, sino también la humana- basada en la existencia y la verdad como donación amorosa precisamente. Una lógica así sólo puede resultar apofática (a los ojos del ciego que guía a otros ciegos y confunde la omnipotencia y la libertad con la nuda potestas, coactiva si es necesario7, y no comprende que Dios es ilimitadamente omnipotente-para-ser-la-donación-amorosa-que-es; no es omnipotente sin más, incluso si -per impossibilia- no fuera amor).

Y aún me atrevo a añadir que “ilimitadamente” quiere decir, es obvio, que, por encima del logos no está siquiera el principio de (no) contradicción, como nos habían enseñado en otro añejo (y venerable) sistema filosófico, según el cual lo único para lo que Dios no es omnipotente es para no ser Dios. Les invito a pensar –únicamente a preguntarse- si no fue justo ese principio –el de (no) contradicción- el que llegó a quebrar en aquellos tres días que mediaron entre su muerte y su resurrección8.

A mi entender, todo eso implica y constituye s el “excepcionalismo cristiano” que se evoca en las “linee guida” con los nombres de Barth y Bonhoeffer y, en tal sentido, el dictamen de Gauchet –sobre la religión cristiana como “salida” de la religión- se ha quedado, en rigor, a medio camino de la comprensión de Dios como Omnipotente para darse que, así, se llena. Le hubiera bastado a Guichet advertir que, si Dios es así, o sus imágenes también son así, o “se salen”, ciertamente, de la religión.

Y no hace falta decir que todo esto –lo de la “apofasia” al cabo- vale claramente para el problema islamista también. No es que Dios sólo sea accesible apofáticamente, como a veces se afirma, sino que, si me empeño en comprenderle -y comprenderme- como el Omnipotente sin más (y no el Omnipotente-para-darse-de-forma-que-se-llena-y-se-da, se llena dándose), es mi “apofasia” la que me lleva a la metralleta o al secularismo. En el primer caso, hago algo tan absurdo como acudir a mi potencia para defender la omnipotencia de donación de Dios. En el segundo –el del secularismo-, propicio que haya otros que –coactivamente- vengan a recordarme que existen los demás y esperan mi donación, que, llenándome, los llene.

Claro que, si no se recurre a la coacción para recordarlo, sólo cabe recurrir a la solidaridad de hacerse “donado” con los que no pueden dar otra cosa que a sí mismos porque es lo único que tienen, y eso, hay que reconocer que es muy fuerte. Puede haber personas que lo consigan. Lo que no hay es institución que lo resista. Pero eso se resuelve asumiendo que la única institución llamada a perdurar es la Iglesia, y no precisamente porque se reduzca a institución, sino porque es María.

Cosa que nos llevaría muy lejos.
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NOTAS

1. Vid. en particular el estudio final de José María Prieto Soler, “Sobre la filosofía escrita y no escrita de Jesús Arellano”, en Semilla de verdad: Vida y obra de Jesús Arellano, coord. por el propio Prieto, Fernando Fernández Rodríguez y Juan Arana Cañedo-Argüelles, Fundación de Cultura Andaluza y Asociación de La Rábida, 2012, especialmente pág. 353-397.

2.Vid. la tesis de Miguel Ángel Balibrea Cárceles, El argumento ontológico de Descartes: Análisis de la crítica de Leonardo Polo a la prueba cartesiana, Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2000, 117 págs.

3. Facilita la comprensión de todo esto la lectura de las notas tomadas en un curso de doctorado de 2001-2002 impartido por Arellano, “Orden, proceso y estructura trascendental”, transcritas y redactadas por Pilar Burguete y José Villalobos y publicadas en Semilla de verdad…, cit. supra, 495-512.

4. Vid. Edith Stein, Ser finito y ser eterno: Ensayo de una ascensión al sentido del ser, Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1994, 549 págs. En otra perspectiva, Hans Urs von Balthasar, Teodramática, t. V: El último acto, Madrid, Ediciones Encuentro, 1997, pág. 363-472 (en particular el cap. “Tercera parte: El mundo en Dios”).

5. Cfr. S. Amsler, voz “תית…”, y E. Jenni, voz “יתןת…”, en Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento, Ernst Jenni con la colab. de Claus Westermann, t. I, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1978, col. 672-684 y 968-976 respectivamente; Freedman y O’Connor, “יתןת…”, en Theoogical dictionary of the Old Testament, ed. por G. Johannes Botterweck y Helmer Ringgren, t. V, Grand Rapids y Cambridge, William B. Eerdmans Publishing Company, 1986, pág. 500-521; voz “יהוה”, en Ludwig Koehler y Walter Baumgartner: The Hebrew and Aramaic lexicon of the Old Testament, rev. por el mismo Baumgartner y Johann Jakob Stamm, Leiden, E.J. Brill, 1994, pág. 394-395; Terence Fretheim, “Yahweh”, en New international dictionary of Old Testament theology & exegesis, dir. por Willem A. VanGemeren, t. IV, Grand Rapids, ondervan Publishing House, 1997, pág. ///scan12500mll.pdf.1.295-1.300. En los estudios que ya no son prioritariamente filológicos, sino exegéticos –filología incluida-, marcan con claridad el proceso interpretativo –inacabado hoy por hoy-. M.-J. Lagrange: “El et Jahve”: Revue biblique, núm. 12 (1903), 362-386; P.A. Vaccari: “Jahveh e i nomi divini nelle religioni semitiche”: Biblica, núm. 17 (1936), 1-10; L.-B. Guérard des Lauriers: “Le mystère du nom de Dieu”: Revue des sciences philosophiques et théologiques, núm. 29 (1940), 59-83; E. Dhorme: “Le nom du Dieu d’Israel”: Revue d’histoire des religions, núm. 141 (1952), 5-18. Un paso más allá, la bibliografía que podemos llamar especulativa sobre el nombre de Yhwh –incluso con base filológica- que conozco no se plantea siquiera el problema indicado del principio de (no) contradicción, sin que por ello deje de ser valiosa. Reduciéndola al máximo, remito a José Alonso Díaz, “La experiencia religiosa del éxodo y su teologización en la revelación del nombre de Yahvé”, Sal terrae (1969), 3-17, y a Luis Clavell, El nombre propio de Dios según santo Tomás de Aquino, Pamplona, Universidad de Navarra, 1980, 201 págs.

6. Me refiero ante todo a lo que aborda en De la mística: Experiencia plena de Vida, Barcelona, Herder, 2005, 302 págs., a partir de La Trinidad, una experiencia humana primordial, 2ª ed., Madrid, Siruela, 1998, 103 págs., y La plenitud del hombre, Madrid, Siruela, 1999, 281 págs., obviada desde luego la consideración de su obra que se propone –quizá desacertadamente- en “Il cristianesimo e le altre religione: Il dibattito sul dialogo interreligioso”: La civiltà cattolica, núm. 1 (1996), 107-120, especialmente 110-113.

7. Sobre el alcance de esa deformación en la tradición teológica judeocristiana, Jesús de Garay, El nacimiento de la libertad: Precedentes de la libertad moderna, Sevilla, Thémata, 2006, 176 págs.

8. Recuerden, al llegar a este punto, a Hans Urs von Balthasar, claro es que en la Teología de los tres días: El misterio pascual, Madrid, Ediciones Encuentro, 2000, 254 págs.

Posteado por: joseandresgallego | 23/04/2014

Sobre noticias de muerte

Publicado en http://www.RevistaDigital.es en 2014:

Las noticias se amontonan con un asombroso contraste. Ya sé que pasa desde hace más de medio siglo. Pero hablo de hoy. Patxi ha dejado colgada en Facebook la fotografía de una mujer dilapidada hasta morir, en un país islámico y por tener una cuenta en Facebook precisamente. Qué atrocidad. Gracias a Dios, aquí no ocurre eso. Aquí sólo nos piden la mezquita de Córdoba, o sea la catedral. A lo mejor están dispuestos a cambiarla por Santa Sofía de Constantinopla, que lleva todavía más siglos convertida en mezquita. Y, en vez de lapidar a musulmanas, vamos a practicar en Bélgica la eutanasia infantil activa. Como me jubilo en cosa de meses, he puesto las barbas a remojar. Igual aprueban un impuesto -en la UE- a pagar por todos los viejos que no nos muramos al jubilarnos. Si somos “clases pasivas”, estaría justificada -léxicamente al menos- la eutanasia pasiva.

Menos mal que la ONU protege la justicia universal y que sus jefes han amonestado a Rajoy por no ciscarse en Franco y sus secuaces y perseguirlos como Dios manda, ahora que han muerto. Como gente recta que son -los de la ONU y muchos otros-, se mantienen ternes en el proverbio francés que hace al caso: qué bien juegan los ratones, muerto el gato. Si no, menudo lío: tendrían que defender la justicia universal y aplicarla a los que han lapidado a esa joven musulmana y a los padres que den el visto bueno a que sus hijos se eutanasien, y podrían incluso empitonar al mismísimo Putin como militante que fue del antiguo Partido Comunista (y nada menos que del Ruso).

¿Y qué decir de Merkel antes de la caída del telón? Eso sería el colmo. Les aconsejo vivamente -digo a los onubenses, o sea los de la ONU- que se mantengan en el sabio proverbio francés que he dicho. Ahora, incluso pueden enjuiciar a Carrillo y, sin que les tiemble el pulso, condenarlo a cadena perpetua. Que no quede en pie ni un solo sospechoso (fallecido) de genocidio.

Lo malo es si se tiene por tal el aumento de los suicidios en España en un once por ciento y su relación con la provocación y “solución” de la crisis económica. Por favor, no se les ocurra pensar que los especuladores que la provocaron hicieron nada contra la humanidad y cabe compararlos con Franco o con Carrillo. Ni mucho menos que la consiguiente creación del oligopolio politicofinanciero que nos gobierna -para salvarnos, claro- se ha formado con dinero del prójimo, nuestro sin ir más lejos. Son gatos vivos; compréndanlo.

Y sonrían. Un pastor de la sierra de Madrid me decía hace un par de días que él va a jubilarse también y le gustaría vivir lo que le quede de vida “sin lucharla”. Por lo menos, vamos a lucharla a nuestro modo: pacífico y benéfico.

José Andrés-Gallego
http://www.joseandresgallego.com

Posteado por: joseandresgallego | 23/04/2014

Neurociencia y asombro

Publicado en http://www.PaginasDigital.es en 2013:

No sé yo si seré capaz de explicar cabalmente lo que sigue. Verán; hace años que sigo los avances de la neurociencia en la medida en que lo permiten mis entendederas. Hace más años aún, un neurocientífico observó que las redes neuronales del cerebro se mueven milésimas de segundos antes de que se tome cualquier decisión. Y se preguntó si eso quiere decir que no somos libres. Aunque sea en milisegundos, las neuronas se mueven antes. Yo pensé para mí que aquello no podía ser tan ingenuo como me parecía. Me pregunté si lo que habían descubierto era la explicación de que tengamos hábitos de comportamiento. Si se repite una decisión, uno se “habitúa” a actuar así. Y a lo mejor resulta que esa “permanencia” en que consiste todo hábito se explica porque son decisiones “encarnadas”, o sea que, a base de repetirlas, modifican nuestra carne. En este caso, donde digo “carne”, lean “neuronas” o, si prefieren, “redes neuronales”. Eso es: los hábitos corresponden a “redes neuronales” estables.

Así que me dije: según la vieja psicología, nuestras acciones pasan por tres fases: (i) percepción de algo que nos llama la atención; (ii) inconsciente activación de los hábitos que hacen al caso para responder al estímulo y (iii) decisión. Por tanto, la clave está en que el experimento hay que hacerlo sobre lo primero, no sobre lo tercero: hay que averiguar si la percepción es anterior –aunque sea en milisegundos- a ese movimiento carnal de las neuronas. Pues bien, hoy leo el último número de la International Psychological Research (número 6 de 2013) y me encuentro con un par de experimentos sobre la percepción precisamente. Felizmente, los neurocientíficos se han dado cuenta. Y, si no se la han dado, al menos hacen estudios que nos pueden permitir entender mejor ese asunto.

La verdad es que todo eso me interesa porque es maravilloso descubrir la extremada velocidad –milisegundos- con que el cerebro de cualquier persona actúa a una velocidad increíble. Tanta, que, en efecto, la consciencia de que decido (porque ya lo creo que tomo decisiones y que, frecuentemente, decido lo que me da la gana) está al final. Antes –en milisegundos!!!- suceden muchísimas más cosas. Ponerme a defender la libertad humana me parece una insigne tontería la verdad. No pasaría de ser un acto de libertad precisamente. Sólo que inútil. Lo maravilloso es que ocurra así.

Ahora me llega Notiweb, que es un noticiario científico al que pueden suscribirse gratuitamente en http://www.madrimasd.org. No es una página superespecializada, como la que he citado, sino de “alta divulgación”. Les puede interesar y no poco. Sólo les aconsejo que se queden con el experimento y dejen en entredicho las interpretaciones. Lo malo de los divulgadores es que no saben de todo –como le pasa a uno- pero tienen que hablar de todo.

Cuando algo le interesa de veras a uno, es aconsejable acudir al lugar de donde la noticia ha salido y juzgar por sí mismo. Hoy dan una que abunda en lo anterior. Lo malo es que no se ha publicado aún la investigación en la correspondiente revista científica, para informarse cabalmente. Pero es esto: científicos de la Universidad de Washington en Saint Louis, o sea en Missouri, ya saben, han descubierto que las neuronas también empiezan a ciriquear cuando algo nos llama la atención. Claro. Han comprobado que uno puede conducir el coche con tanta atención que no oiga el móvil que suena a su lado y, en cambio, vea que irrumpe un ciervo en la carretera. Y aseguran que eso lo seleccionan las neuronas (digo lo de prestar atención a lo uno o lo otro). Claro: el hábito que tiene uno de conducir atentamente. Me lo inculcó mi padre: no pienses sólo en lo que ves, sino en lo que puede surgir inesperadamente. Y así conduce uno, para qué vamos a negarlo. Medio siglo después, estoy “habituado” a ello. Los de Missouri dicen lo mismo de otra forma que podría traducirse así: en milisegundos, al ver el ciervo, las regiones de mi cerebro que son más importantes para prestar atención a los estímulos visuales (en este caso, ver un ciervo que no me cede el paso) esas regiones, digo, ajustan entre sí sus ciclos de excitabilidad y resulta que todas alcanzan los picos de sus ciclos al mismo tiempo. Claro, ya tengo encima el ciervo. Ahora depende de mis hábitos de frenado. El freno, desgraciadamente, carece de neuronas y, por tanto, de hábitos.

Posteado por: joseandresgallego | 21/04/2014

SOBRE EL PLACER DE HABLAR CON CUALQUIERA

Publicado en PaginasDigital.es en 2013:

Con todo el riesgo que supone una confesión (porque en realidad lo va a ser), quiero narrar un hecho que me ocurrió y que sigue ocurriéndome. Me lo inspira la pregunta final del manifiesto que suscribe la Asociación Universitas ante un desmán violento ocurrido en la Universidad Complutense de Madrid en noviembre de 2013. En el párrafo final, los redactores reorientan la explicación de una manera poco habitual. Recuerdan la experiencia de una estudiante que un día conoció en el campus de Somosaguas, cabe Madrid, a otra estudiante que había tomado parte en un suceso parecido (digo de los de la violencia). No explica de qué hablaron. Sólo comenta que ella le dijo que su pertenencia a la Iglesia –se supone que su modo concreto de vivir perteneciendo- constituía para ella una experiencia inconfundiblemente liberadora. Un par de años después, volvieron a encontrarse y le sorprendió que su compañera activista recordase aquella conversación y –se desprende- naciera entre ellas una comprensión mutua o, mejor, una estima. En el manifiesto aparecen un par de casos más –que abocan a lo mismo- y la pregunta final es ésta: “Este es el reto: ¿puede nuestro ideal comenzar este diálogo con cualquiera?” Esta claro que sí. Querría solamente subrayar un par de cosas: una –capital- que cualquiera es cualquiera, sin añadidos ni condicionamientos que valgan. Cualquier es, por ejemplo, el testigo de Jehová que nos aborda y da la vara.

Lo segundo es que, si es cualquiera realmente, puede surgir en cualquier parte. Hace años, bajaba yo de la cima de un monte y me topé con alguien que subía. Comenzamos a hablar y descubrí a una persona que vivía la experiencia del montañismo de una forma profunda. Sólo que la interpretaba sobre lecturas de Ramón Punset. Un disparate, claro. Se llamaba Angel.

Me dijo muchas cosas y, de la mano de Punset, me explicó que todo lo que nos rodeaba –el monte (para él, “La Naturaleza”- le llegaba y llenaba más que cualquier religión. No me dejaba intervenir en la conversación (no porque no quisiera, sino porque hablaba de una manera torrencial, a borbotones). Cuando mencionó lo religioso, hice un brevísimo comentario que entró en su soliloquio como la cuña de un anuncio radiofónico: “Usted está más cerca de Dios de lo que cree”. Y él siguió con lo suyo. Al cabo de una hora –no exagero-, en la que no pude decir casi nada, nos despedimos. Me pidió que fuera a tomarme un té con él al pueblo donde trabajaba como “mantenedor” de una empresa. Y, durante unos diez años, cada vez que pasaba cerca de allí, lo recordaba y me dejaba llevar por la comodidad de no reanudar una conversación que me había quitado una hora de disfrute.

Llegué a tener mala conciencia, la verdad. Pero la soporté durante una década (y miren que una década da de sí para tener mala conciencia). Habrían pasado diez años –o así- cuando, en el mismo monte, me adelantó un hombre maduro, que corría sobre la nieve como quisiera uno correr. Le dije adiós y no me respondió. Iba a lo suyo –subir rápidamente- concentrado de forma que no podía oír, me figuro. Pues bien, yo no había llegado aún a la cima cuendo él bajaba. Y, claro, cuando uno baja, es más fácil distendirse y sonreír y hasta saludar al que sube. Me empezó a hablar. También este hombre hablaba a borbotones. De pronto, menciono el tao. Sí, como suena, el taoísmo. Le dije “Angel”. Él, raudo: “¿De qué me conoce?” Era él. Pero no se acordaba ni de mí ni de aquella conversación. El suyo fue otro soliloquio.

En un momento dado, mencionó a Dios. Metí mi cuña: “Cuando nos conocimos, algo hablamos de Dios”. Y, enconces sí, con la misma rapidez, preguntó: “¿Fue usted?” Llevaba diez años pensando por qué aquel barbas le habría asegurado que él estaba más cerca de Dios de lo que creía. Buscando a Dios, había abandonado a Punset –claro- y andaba por el tao. Tuve –otra vez- mala conciencia. Lo había abandonado a la búsqueda a la que yo mismo le induje.

Así que comencé a salir con él al monte. Me pidió que, por eso del tao, fuera “su maestro”.

Lo intenté sólo el primer día, ¡torpe de mí! Llevamos otra porción de años de soliloquios y cuñas. Eso sí, ya no me hace falta decirle que está más cerca de Dios de lo que él cree. En realidad, tengo la sensación de que está más cerca que yo, aunque no vaya a misa. Un día me preguntó por qué salía al monte con él y le dije la verdad. “El primer día, llegué a la conclusión de que tú no necesitabas un maestro, sino alguien que te escuchara. Y en eso estoy”. Comentó sonriendo: “¡Qué bonito!” Y ahí andamos (por el monte). No sé cómo acabará todo esto. Ahora ya lee a Jung y a santa Teresa. Pero eso es cosa del Espíritu y yo no voy a enderezarlo por muchos tés que nos tomemos y por cuñas que meta, monte arriba. Ya somos, claro es, buenos amigos –casi íntimos, se puede decir- y a mí me ha graduado –sin saberlo- como perito en mantra.

José ANDRÉS-GALLEGO

Posteado por: joseandresgallego | 21/04/2014

La consulta, el congreso, ahora el Senado, luego… ¿qué más?

Publicado en PaginasDigital.es en 2013 a raíz del anuncio del congreso «España contra Cataluña»:

¿Pero será posible que no aprendan ustedes? Les ponen delante el espantajo de la consulta para que la gente no se fije en los indicios de corrupción que ustedes les descubren en sus cuentas, y ustedes, en vez de tirar de la manta, dejan de hablar de esa corrupción y dicen que no sé qué artículo de la constitución les permite impedir la consulta. Nadie puede hacer mejor el trabajo ajeno y en contra de sí mismo. De ese modo, han dejado en el aire la impresión de que (i) no se atreven a tirar de la manta por alguna razón que les afecta y (ii) no quieren saber cómo piensan los consultados. ¿No hubiera sido mejor consultarnos a todos?

Pues ahora don Arturo se lo pone aún más fácil a ustedes y, antes de la consulta, decide celebrar un congreso que ya supone el resultado de la consulta: “España contra Cataluña”. Y ustedes erre que erre: que si acudirán a no sé qué tribunal o que si lo llevarán al Senado (como si Doña Soberanía Nacional conllevara la gracia de saber historia en virtud del Espíritu Santo y pudieran Sus Señorías decir cuatro palabras –estrictamente históricas, las que puede decir un profesional de la historia- a derechas. Digo a derechas en el sentido de que no tuerzan los renglones.)

Y dígannos, por favor: en el Senado, ¿promulgarán ustedes una ley en virtud de la cual España no está en contra de Cataluña? ¿Añadirán una disposición transitoria en virtud de la cual quedarán derogados los decretos (catalanes) de Nueva Planta? ¿Qué harán Sus Señorías con los decretos de Nueva Planta que Felipe V dictó para Aragón, Valencia y Castilla (que ahora me venga a la memoria)? Espero que los deroguen también y que sea en la misma disposición transitoria…Confiésense: ¿sabían Sus Señorías que hubo decretos de Nueva Planta para todos, incluidos Aragón, Valencia y la mismísima Castilla (o sea Madrid)?

¿No se dan cuenta de que condenar –como fuere- un congreso profesional de historia equivale a reconocer que no quieren oír a los historiadores, por lo que puedan decir? ¿No sería más fácil, barato y efectivo organizar un congreso (realmente profesional) sobre “España con Cataluña”? Al final, redactadas las actas de ambos, se podía hacer una edición conjunta y colgarla en Internet con acceso free y en texto trilingüe: catalán, castellano e inglés. (Sí, inglés; qué le vamos a hacer…)

Tómenselo en serio, por favor. Conocer la historia es bueno para todos y, si algunos sólo quieren hablar de una parte de lo ocurrido, hablen ustedes de eso y de lo demás. Cuidado: no de lo contrario, sino de lo demás: lo contrario, lo contradictorio y lo que no es ni contrario ni contradictorio. Frente al mal, el bien. Sean capaces de probar que “España con Cataluña” ha tenido un pasado mejor que peor –incluso mucho mejor-, que ese pasado sólo cuenta mil años –aproximadamente- porque el nombre de Cataluña no tiene más. Pero que, si aceptan que fueron Marca Hispánica, aún podemos alargarlo otro poco, y si formaban parte de lo que los romanos llamaron “Hispania”, nos ponemos en más de dos milenios. Échenle ustedes imaginación y bondad, por favor, y no entren al trapo torpemente.

Soy historiador; sé de qué hablo, tengo todos los sexenios, quinquenios y trienios que es posible tener. Pues bien, me postulo como colaborador en la organización de ese congreso sobre “España con Cataluña”. Con una condición sine qua non: gratis et amore. No creo que los historiadores catalanes que han entrado en el juego del congreso estén dispuestos a cobrar un solo euro por llevar a cabo un trabajo patriótico como el que se les pide. Y los del Ebro arriba (porque uno es de Ebro arriba, no de Ebro abajo) no vamos a ser menos.

Lo dicho: (i) gratis et amore, (ii) un congreso histórico sobre “España con Cataluña”, (iii) de verdaderos profesionales, (iv) sin políticos por medio y (v) la condición fundamental: ustedes, en el Senado y fuera del Senado, a callar en materias profesionales en las que no son competentes.

¿Se atreven?

José ANDRÉS-GALLEGO

Posteado por: joseandresgallego | 21/04/2014

Tomás Moro, Shakespeare y la nación británica

Publicado en Nueva Revista en 2013 con otro título en un número monográfico dedicado al drama escrito en parte por Shakespeare sobre sir Thomas Moro:

En la visión shakespeareana de Tomás Moro, hay un detalle –entre otros- que me han llamado la atención. Me refiero al diálogo inicial, entre los londinenses irritados por los abusos de los extranjeros y, concretamente, a su forma de proclamar la libertad. Lo hacen como algo idiosincrático, hoy se diría “identitario”. “Vosotros, bravos, cuyas almas libres desprecian soportar los insultos foráneos, sumad la rabia a la resolución”, dice Lincoln.

Inmediatamente antes, el bufón Betts ha introducido un silogismo que constituye la primera conclusión: “Libre es nuestra nación, / libres somos nosotros”. Si no nos rebeláramos, añade luego Lincoln, “Nos vendría / mejor ser sus esclavos”. Hacia 1600, esos conceptos, en la lengua inglesa, habían comenzado a asumir una segunda acepción, que explica –por lo menos, en parte- por qué, mucho después, en la segunda mitad el siglo XVIII, cuando se sublevaron los colonos británicos norteamericanos y acabaron por proclamar su independencia, emplearon parecida argumentación. Presumís de guiar una nación de gentes libres –alegarán más de una vez-, pero queréis esclavizarnos. Os probaremos que somos, en rigor, más libres que vosotros.

A primera vista, se podría pensar que se trata de argumentos manidos, como propios que son de la cultura occidental desde sus orígenes griegos. Desde entonces sabemos –y repetimos a manera de hábito- que todo ser humano propende a la libertad por naturaleza. Pero, en el diálogo de la Escena IV de Tomás Moro y en los documentos norteamericanos –a casi doscientos años de distancia-, hay más elementos. Son libres porque su nación es libre. Y no se trata de cualquier nación, sino, concretamente, de la nación británica.

¿La británica o la inglesa? Hace años, me pregunté esto mismo al leer un opúsculo secundario de John Stuart Mill y vivir la experiencia –habida, por fortuna, muchas veces- de que la erudición paga réditos. En el texto se hablaba de la English nation. El original estaba escrito y publicado, sin embargo, en latín, y se leía populus Anglius. La traducción era de 1804, justo los días en que ganaba toda Europa el concepto de “nación soberana”, perfilado en Francia desde 1789. Antes, no.

Buscaba eso. Pero lo que encontré fue esto otro: el proceso en virtud del cual, en la cultura inglesa –y británica-, la idea de su propia libertad se considera idiosincrática, no sólo propia de los ingleses, sino en contraste con otros pueblos. Incluyen desde luego a los españoles. Pero no se preocupen; es medio continente el que consideran sometido a esclavitud. Justo por eso, en la Escena IV del drama, esa proclamación de libertad surge al socaire de los abusos que atribuyen a holandeses y franceses afincados en Londres.

Pues bien, eso –por lo que sé- era más propio del entorno de 1600 que de los días de la vida mortal de Moro. Surgió precisamente al calor de los sucesos que le llevaron al cadalso. Fue esto último, como saben, fruto de una decisión caprichosamente bíblica. Pero, hoy mismo, si preguntan a algunos ingleses que hayan hecho la secundaria –dicho coloquialmente- qué piensan de lo que hizo Enrique VIII, no faltarán quienes les digan que pudo ser despótico, pero que la constitución y la pervivencia de la iglesia anglicana y de la identidad singular entre su mandatario supremo y el rey (ahora, la reina) es símbolo y baluarte –al mismo tiempo- de la libertad de sus gentes. Inglaterra es uno de los países –pocos (poquísimos)- donde la expresión “libertades” retiene la acepción de que gozaba en media Europa hasta el entorno de 1800. Y el origen es ése: tras la crisis provocada por Enrique VIII, se desarrolló una… ¿sensibilidad?, yo diría más bien una retórica, muy bien documentada en la publicística de finales del siglo XVI y todo el siglo XVII, en virtud de la cual el británico era el pueblo libre (free) por antomasia, en contraste especial con los “papistas”, que son slaves. No me parece osado suponer que es un lejano eco de la concepción aristotélica del hombre libre frente a la afirmación –aristotélica también- de que hay “esclavos naturales”. El despojo de los derechos civiles que impusieron a los católicos los reyes primero y los parlamentarios ingleses después -y que duró hasta muy entrado el XIX- se justificaba, en último término, en ese hecho. Quien no quería ser libre, no merecía que las leyes se lo garantizaran. Con el tiempo, la argumentación no fue a menos, sino que culminó –en términos legales- con el sarcasmo del Act of Tolerance de 1689, en el que se reconocía la completa libertad de cultos, salvo el de quienes, no siendo anglicanos, afirmaran su fe en la Santísima Trinidad. Verde y con asas.

¿Monumental sarcasmo o alienación? ¿O las dos cosas? Yo no echaría en saco roto la eficacia que tiene este tipo de alienaciones en la formación de una cultura compartida. Recuerden que Rousseau, en el proyecto de constitución para la Córcega, mediado el siglo XVIII, advirtió que la solidez de los estados dependía en buena medida del sentimiento nacional compartido por los súbditos, y eso hasta el punto de que, si carecían de él o era débil, había que fomentarlo; crearlo si hacía falta. Visto desde España –desde la de hoy y supongo que desde la del siglo XVII principalmente-, es un motivo de reflexión. A muchos españoles, nos repugna seguramente la sola posibilidad de que nuestros mandatarios fomentasen el sentimiento nacional. Careceríamos de argumentos para echárselo en cara a otros. Pero la eficacia de esa alienación está certificada por la historia y es uno de esos casos en que la verdad resulta inquietante, molesta y hasta desagradable.

Ahora relacionen, si quieren, ese hecho con la Escena VI del drama Thomas More, cuando es él mismo quien sosiega a la gente sublevada con un insuperable… ¿sofisma? Y es que –les dice- “Incluso / la rebelión precisa de obediencia”.

Es cierto; uno lo tiene tan claro que tituló hace años el capítulo de un libro que trataba de eso –concretamente, las rebeldías populares del siglo XVIII en el mundo hispano- “La revolución conservadora”. Había observado que lo primero que hacen los rebeldes es dotarse de autoridad y, muchas veces, rehacer jerarquías e incluso uniformarlas –físicamente, por medio de vestidos ad hoc-, acudir desde luego al tambor para anunciar las órdenes y, muchas veces, desarrollar la parafernalia que los convierte en un remedo de aquellos a quienes han logrado o querido vencer. No sé si hay una sola revolución que escape a ese hecho. Por lo menos, me atrevería a asegurar que son así todas las revoluciones que han triunfado en la historia. (Cosa dramática por cierto; quiere decir que, al final, siempre triunfa el orden, y no precisamente entendido como virtud.)

Más allá de la relación entre Shakespeare y Tomás Moro, el drama tiene estos y aún más detalles que alimentan la sensación de continuidad con el día de hoy. Pero no es la menor precisamente la que se representa intencionalmente en el texto, que es la personalidad del protagonista y el desenlace final de aquellos sucesos. Escrito unos ochenta años después de que ocurriera, la coincidencia de la fisonomía que se atribuye a Tomás Moro con la que los historiadores hallan en los documentos de la época no es menos llamativa que todo lo demás. Hay una continuidad manifiesta, que llega a nuestros días. Que se la diera Shakespeare es un añadido cuyo misterio explica Pearce mucho mejor de lo que yo pueda hacerlo. Es, eso sí, un misterio que uno diría alentador, amén de apasionante. En el fondo, equivaldría a suponer que el drama se escribió para recordar lo que alguien había hecho y uno no se sentía capaz de hacer.

José Andrés-Gallego

Posteado por: joseandresgallego | 09/07/2013

DOS PELÍCULAS QUE HAY QUE VER

Publicado en PáginasDigitale.es el 9/07/2013: http://www.paginasdigital.es/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=3895&te=&idage=&vap=0&codrel=2492&usm=$%7C$idusuencrip$%7C$

Para engañarse a sí mismos, hay también que tener arte. Y me refiero ahora a los engaños colectivos, aquellos que compartimos como el pueblo que somos. Hay pueblos cuyas gentes se engañan de una manera y otros de otra. En general, los europeos y los americanos sufren de alienación en su respectiva “nación”, a la que atribuyen acciones propias de personas. La mayoría de los españoles es una excepción a esa regla (aunque no la única). Nuestro sentimiento nacional es bastante débil y no somos ejemplo de patriotismo. Para presentarnos como patriotas, tenemos que alienarnos –también- en los sitios de Zaragoza y atribuirnos los méritos de aquellos que lucharon en ellos hace casi doscientos años. Pero la verdad es que nosotros no luchamos; no estábamos allí.

Tampoco estábamos allí, en Barbastro, en 1936, cuando mataron al medio centenar de claretianos que estudiaban o enseñaban teología –la mayoría, la estudiaba; eran jóvenes, catalanes bastantes de ellos, a juzgar por los apellidos- en el convento de la calle del Conde. De ellos y de los días que precedieron a esos fusilamientos da cuenta la película Un Dios prohibido, que ha tenido el valor de dirigir Pablo Moreno. Lo singular es que dirigir películas como ésa requiera valor. Hace muy poco tiempo, se estrenó también en España una película norteamericana sobre la guerra mexicana de los cristeros y ha pasado sin pena ni gloria. También su director había tenido valor. Las dos son –a mi juicio- sendas obras de arte en sí mismas, como películas, sin más. Pero, ante el recuerdo de nuestro propio pasado, somos demasiados los españoles que preferimos mirar para otro lado y hasta dejar de ir al cine para no nos agüen la fiesta. Por eso les aviso que andan por ahí esas dos películas y que no debería perdérselas nadie.

La virtud de las dos es que se ha logrado, con ellas, medir exactamente los recursos del arte cinematográfico de manera que lo que se percibe es, simplemente, lo real. Y lo real nos interpela (sobre todo, cuando son los nuestros los asesinos o los asesinados). No son películas para regodearse en el mal, sino para percibir el bien –enorme- que es capaz de sesgar el mal, pero que, aun así, lo trasciende. Son películas trágicamente constructivas. Muy constructivas. La de los cristeros trata de la guerra que sufrieron los mexicanos diez años antes –exactamente diez- de que sufrieran los españoles la suya. Dicho de forma demasiado sencilla, los gobernantes mexicanos intentaron que sus compatriotas dejaran de ir a misa, y bastantes de sus compatriotas optaron por defender el derecho de todos, buenos y malos. El mejor y más aleccionador realismo de la película no está, con todo, en lo que relata, sino en los sentimientos que refleja; sentimientos encontradísimos, de odio y de valor, de venganza y perdón, de valentía y cobardía, de sadismo y entrega, expresados a veces en matices muy leves. No hay buenos y malos. Los “buenos” tienen que confesarse (hablo del sacramento) cuando prevén la muerte. No se consideran libres de culpa ni héroes ni aun mártires (aunque lo sean). La película de los cristeros me conmocionó realmente porque me pareció que reflejaba exactamente los mismos sentimientos que separaron y que unieron a los españoles entre 1936 y 1939. Pensé que era una película que todos debíamos ver, para comprender nuestra propia historia y ser conscientes de lo que, realmente, debe constituir el meollo de la memoria histórica. En ella, no se cuentan los muertos, a ver quién mató más; se expresan actitudes humanas y punto. Y no se oculta que, mientras unos católicos mexicanos se defendían como podían, en la curia romana se buscaba la forma de llegar a un acuerdo con el Gobierno mexicano. No se oculta nada. Pero nadie se ensaña con nadie ni con nada. Basta la realidad.

La película de los mártires de Barbastro –porque fueron mártires, claro- expresa otro aspecto de esas tragedias: el de la juventud naciente sesgada por la muerte en la guerra española de 1936. También basta la realidad: desfila la ilusión, la alegría, la preocupación, incluso el afán de ser mártires; respira juventud. Por eso es más elocuente el silencio absoluto que conlleva su muerte. Una de las cosas que los historiadores no hemos estudiado como haría falta es la preparación para el martirio –expresamente contemplado así, como una posibilidad real y próxima- que se hizo en comunidades religiosas y seglares de distintos lugares de España en la primavera de 1936, cuando se preveía lo que podía suceder. Cuesta entender que algunos de esos jóvenes estudiantes de Barbastro lo esperasen con ilusión. Y el caso es que lo hemos documentado en otras personas, muy diferentes de ellos, aunque movidos por lo mismo. Hubo obispos (Gomá, Eijo Garay…) que se libraron de la muerte porque estaban fuera de la diócesis en julio de aquel año y, en la correspondencia privada de los días siguientes, declaran la vergüenza que sienten por no haber estado junto a sus curas y haber muerto como ellos.

Y no es que cueste menos comprender las razones que tenían los carceleros de esos jóvenes de Barbastro cuando les decían –según el testimonio de uno de los dos estudiantes que, por ser argentinos, se salvaron- que no les odiaban a ellos, sino su profesión (se supone que religiosa), su hábito negro, su sotana. “Nos lo repetían constantemente”, dice. Y el odio, ciertamente, no nace de la nada. Quiero decir con ello que tampoco los católicos que se sientan solidarios con aquellos mártires pueden rehuir la realidad y dejar de sentirse interpelados. Les adelanto que la respuesta que nos demos puede tener mil formas, pero que todas ellas –salvo juicio mejor- tienen que coincidir –necesariamente- en un punto: no tenemos otra que hacer el bien, incluso a cambio de que nos cuenten la historia de otro modo y nos parezca que no sucedió así. En realidad, sucedió de muchas maneras y ni la grandeza ni la mezquindad tuvieron un solo color. Ahora tampoco.

Quien no le tenga miedo a lo real, debe ver esas dos películas, y mejor si lee además el libro de otro superviviente de aquello de Barbastro: Plácido María Gil Imirizaldu, Un adolescente en la retaguardia: Memorias de la guerra civil 1936-1939 (Ediciones Encuentro). Vale la pena.

José ANDRÉS-GALLEGO

 

Posteado por: joseandresgallego | 26/04/2013

Acoso al Congreso (de los Diputados españoles)

Publicado en PaginasDigital.es, 26 de abril de 2013

Saber quiénes y por qué acosan a todo un Congreso de los Diputados es casi imposible. Cada cual puede tener -y tiene, sin duda- sus razones, y las de cada uno pueden ser contrarias a las de otros «acosadores». El abanico de probabilidades -por no decir certezas- es así de amplio: va desde la ira justa por las medidas financieras que han dejado a tantos españoles en la calle, hasta la de la protesta como actividad «lúdica» (galicismo que, reveladoramente, en buen castellano, es «lúdicra», con todo lo que tiene de cacofónica esta última palabra). Los gobernantes españoles, de acuerdo con los europeos -por fas o por nefas-, han afrontado la crisis sobre la base de salvar las inversiones de quienes capitalizaron la burbuja inmobiliaria (mayoritariamente, alemanes, además de españoles). A mi juicio, esa política es simplemente inmoral. Y lo es en dimensiones gravísimas que justifican sobradamente la protesta.
Que, al otro extremo, haya desocupados dispuestos a adueñarse de la calle por juego -incluso violento si hace al caso- no es un acto de justicia contra esa enorme injusticia. Es, en realidad, otra injusticia. Forma parte del «nihilismo festivo» que -también- nos ha abocado a la situación económica actual. No habría habido inversiones que se convierten en pura usura legal si no hubieran abundado tantísimo los consumidores de lo que no les hacía ninguna falta. Y, ahora, a falta de la posibilidad de divertirse consumiendo, uno se puede divertir acosando a Sus Señorías.

Entre esos dos extremos, la diversidad de razones de cada cual puede ser y será, sin duda, gigantesca. Pero es la política del Gobierno la que hace posible la mezcla de razones incluso contrarias, capaces de reunir al señorito jaranero con el desahuciado. Y son los gobernantes, con su política, los que pueden deshacer la alianza. Les basta ser justos y dar muestras -gestos creíbles- de que los recortes los hacen, primero, en sus propias prebendas y sinecuras.

Y decir la verdad. Si la política inmoral con que se ha afrontado la crisis -la defensa de los inversores- es una imposición de otros gobernantes europeos y no nos dejan otra salida, hay que decirlo así de claro. Es muy sencillo:

«Queridos compatriotas, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y el que la hace la paga. Lo malo es que -además de pagarla-, los que nos han financiado el consumismo no han querido reconocer que hicieron una inversión y corrían el riesgo consiguiente, sino que nos han exigido que lo asumamos como deuda pública. Nos amenazan con empobrecernos, si no, todavía más.¿Hay quien tenga una solución mejor que agachar la cabeza?»

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